Publicado el 13 mayo 2019 | por Arturo García
«Creí que sería una aventura y acabó siendo mi propia vida»
(Testimonio de la experiencia del Camino de Santiago de unas chicas del Movimiento Juvenil de la Parroquia)
Un 22 de abril de 2019, cuarto de Juveniles despertó. A pesar de la hora, 5.30 de la mañana, los chavales cargaban una mochila con dos kilos de más, llena de trastos pero sobretodo ilusión. Les habían dicho que iba a ser una experiencia inolvidable. Se quedaron cortos…
Aún recordamos cuando nos dijeron todo lo que teníamos que hacer en tan solo un cuarto de hora, recién levantadas. Todavía oímos a José Ángel despertándonos cada mañana con su ya típico “Buenos días”, a Jordi empezando la oración con su “El señor ha resucitado. Aleluya, aleluya.” o a Belén poniéndonos música para hacer el momento más llevadero. Al principio, el camino era solo eso, un camino, andar soportando nuestras cruces, fijándonos solamente en nuestro propio dolor y dificultades, desde ampollas o molestia en la rodilla hasta no saber cómo continuar o el hecho de plantearse abandonar.
Soportamos lluvias, granizo e incluso algo de nieve, que hicieron aún más duro el caminar sobre tierra mojada y constantes charcos. Al empezar, nos preocupábamos por llegar secos y limpios al albergue para poder descansar por fin. Llegó un momento en el que lo de llegar limpios y secos nos daba igual. También tuvimos contratiempos a la hora de dormir, como que nos dormíamos muy tarde o que había gente que respiraba de forma sobrenatural.
Kilómetro a kilómetro, nos dimos cuenta que no solo nosotros lo pasábamos mal, sino que el de al lado también tenía sus propios problemas. Entonces descubrimos que compartir los problemas los hace más llevaderos, incluso divertidos, y son un peso menos, cosa que nos hacía falta.
Vivimos momentos buenos y no tan buenos, de risas y de dolor, de sufrimiento, de soledad y de máxima alegría, y gracias a ellos, nos dimos cuenta de la verdadera finalidad del camino. Encontrarnos con el resucitado. Ese que nos ayudaba cuando ya no podíamos más, el que nos colocaba bien el poncho, o aquellos que te preparaban la cena o te curaban después de las largas caminatas. Lo encontrábamos cuando estábamos solos durante el camino y alguien aparecía de repente, preguntándote cómo ibas o si necesitabas algo. Esos momentos, aunque parezcan insignificantes, te ayudaban a continuar, sabiendo que alguien, conocido o por conocer, estaba ahí para ayudarte, a pesar de que esa persona también tenía problemas y anteponía tus necesidades a las suyas, haciendo suya tu cruz. También aprendimos que el camino es como la vida. Todos tenemos dificultades, pero lo que distingue a un cristiano del resto es cómo las afronta, porque lo que pesa en el camino no es el dolor ni la mochila, sino tu actitud ante cada kilómetro.
Durante este camino hemos descubierto una nueva parte de nosotras. Una parte que nunca habíamos imaginado que teníamos, llena de esperanza. Hemos descubierto que los desconocidos son amigos por conocer, que a veces el sufrimiento es necesario, que la vida del cristiano cobra sentido en comunidad y que el camino ha marcado un antes y un después en nuestras vidas.
Por todo esto, gracias.
El camino no ha terminado, el camino empieza ahora. Siempre nos quedarán 2 kilómetros.
4º de juveniles